30 aniversario de la muerte de Josep Pla

En 1966 GDP se hacía eco en ABC de la aparición del primer volumen de las Obres completes de Josep Pla

El Quadern gris

LA INFORMACIÓN NECESARIA. — Agradezco muy vivamente al redactor de la sección de «Breverías» de este periódico que haya querido destacar una frase vertida en un articulo anterior, acerca de la necesidad de informar a los españoles de la espléndida maravilla de nuestra cuádruple expresión peninsular. «La expresión catalana, como la vascongada o la gallega, no hacen otra cosa que enriquecer la cultura española. El españolismo del catalán o del vasco no cede un milímetro al del castellano o andaluz», comenta A B C en la sazón que digo (7-VI-66). En eso estamos. Al formular las normas generales por las que esta sección había de regirse señalé, enérgicamente, la obligación en que me hallaba de dar de las letras de creación en España una visión tan abarcadora como me fuera posible, y he de decir, porque me complace esencialmente, que quien rige el timón de esta Casa lo aceptó con entusiasmo, comprendiendo, sin duda, que había que contribuir a evitar —vuelvo a mi texto— «la irritada sorpresa, la sobresaltada comprobación de una realidad demográfica y cultural expresada en otra lengua española». Predicaré con el ejemplo.

UN ESCRITOR INGENTE.—Para tantos lectores que han de aprenderlo con ese gesto «sorprendido»—sin duda, ya no «irritado»—a que hice mención, explicaré que trato de un escritor nacido en 1897, en el Ampurdán, en lo que llamamos la «Cataluña Vieja», para hacer notar mejor su solera, y que lleva cincuenta años de vida activa de escritor. Quiero decir, medio siglo de tarea cotidiana al pie de la letra. Digamos, pues, que este cultivador de la lengua catalana es un escritor profesional, que se sustenta desde hace diez lustros con el producto de su pluma. Su producción, que ofrece una parte considerable en lengua castellana—en cuya contextura desliza deliberadamente mucha sal y pimienta de sus locuciones catalanas, enriqueciendo, y no estropeando como opinan algunos, la lengua común—alcanza su plenitud en el ejercicio de su lengua vernácula. Volviendo a lo cuantitativo, señalaré que el volumen que comento —fuerte de cerca de novecientas páginas— inicia una serie de no menos de diez tomos de la misma envergadura, que contendrán, sucesivamente, paisajes de su tierra ampurdana, recuerdos de mocedad, viajes por Europa, biografías y observaciones diversas de su vivir. Josep Pla es un nómada —todavía hoy a sus setenta años— porque es un voracísimo gustador de la diversidad del mundo. De las cinco mil páginas que presuponen estos primeros volúmenes de sus Obres completes, más de la mitad son impresiones itinerantes. Digamos, en seguida, que son también intentos de interpretación, que cargan de hondura intelectual las percepciones que capta su retina sobre el aspecto epidérmico de las cosas. Quiero decir, para mejor claridad, que en Pla hay un sensual, enamorado del color y de las formas, y un meditador que aplica sobre los horizontes sus propias concepciones mentales.

SUS MÓDULOS.—Josep Pla vive casi todo el año en una vieja ‘masía» —o casa de labor— que pertenece inmemorialmente a su familia en las cercanías de Palafrugell, es decir, en la tierra grasa, ubérrima, moldeada por una historia milenaria, que supervive en una noción mediterránea y armónica del mundo. Los periodistas que van a verle le sorprenden escribiendo junto al lar, con chaqueta de pana, calada la boina hasta las cejas, bebiendo un vaso de vino y fumando una colilla indefendible. Habla como un campesino —extremando la nota elemental y pintoresca— ironizando de todo, pero apoyado en una cultura humanística fabulosa, clave de su equilibrado buen sentir. Verdadero «gentilhomme champagnard», le he visto de «smoking» en el Liceo, pasear un señorío con mucha raza agricultora en la sangre, aristocracia que luego se hace perdonar con los ademanes elementales de su vivir, enraizado en unas verdades que la historia ha hecho irreversibles. He aquí un caso claro en que «ruralidad» no significa «aldeanismo», sino que —contrariamente— implica fidelidad a una verdad mucho más viva y operante que las modas con que los «snobs» de todos los tiempos intentan —ridículamente— deslumbrarse entre sí, al exhibir el último patrón de la más fungible «actualidad». Impertérrito, desde su atalaya ampurdana, ve pasar irónicamente toda esa vana gesticulación, con el gesto de comprensión que le ha enseñado la sabiduría de la historia.

«EL QUADERN GRIS». —La sorpresa que depara este primer volumen de sus Obres Completes es la de que este tomo de casi mil páginas permanecía inédito en ese «cuaderno» de tapas grises, redactado hace cincuenta años, en sus épocas de estudiante, y que ahora cumple la misión providencial de introducirnos a la plenitud del escritor, con esta su primera “toma de conciencia» con el espectáculo del mundo: la tierra ampurdanesa de su infancia, la Gerona de su adolescencia, la Barcelona de su más avanzada mocedad. Se trata —como ya se supone— de un «diario», en el que se reflejan los impactos de sus primeras vivencias intelectuales. Es, pues, un documento de época, que refleja los años 1918 y 1919, curiosamente el mismo período que evoca el libro Ni sí, ni no, de Azorín, comentado aquí hace unas semanas. Recordé, entonces, otras vivencias del momento, en el Antonio Machado, catedrático en Baeza. Cualquier prolongación de esta concomitancia —sin embargo— seria errónea. Pla, en la tierra fronteriza de Cataluña, siente la herida de Europa, desde una zona mucho más próxima a la sangre de su desgarradura. Pero —insisto— son las primeras vivencias intelectuales, las que predominan, confirmando su empecinada vocación de escritor.

EL CONTORNO CULTURAL.—El mundillo barcelonés que nos describe es el de la pintoresca Universidad, el del bullicioso Ateneo, el de los «Cursos de Alta Cultura e Intercambio» que profesaba Eugenio d’Ors. Son, en efecto, los últimos meses de la dictadura intelectual de «Xenius» que, pocas semanas después del cierre del «diario» de Pla —enero de 1920— entrará en colisión ruidosa con el presidente de la «Mancomunitat» y deberá abandonar su plaza de timonel omnímodo, tras un episodio de sórdido rencor, en el que Puig y Cadafalch, desde aquella presidencia, quiso empequeñecer con incidencias administrativas un episodio de tal alcance cultural, que motivó la defenestración del «Pantarca» y su subsiguiente instalación en Madrid, donde, tras su brillantísima serie de conferencias de la «Residencia», afincó la plenitud de su magisterio intelectual. Las páginas de Pla son un documento impagable para estudiar este período. El escritor admira a «Xenius», pero no puede por menos de echarle en cara su teatralidad histriónica, que es el reverso de su modo de entender la actividad intelectual. Es curioso que en varias páginas de su «diario» Pla escriba el elogio de Pío Baroja, en quien ve simplicidad de frase, sinceridad mental, expresión directa. No oculta el Pla juvenil —y a esta idea permanecerá fiel toda su vida— su aprensión ante el retoricismo que empieza a rizar algunas páginas de Ortega o de Pérez de Ayala. Su arma defensiva es el buen sentido, la mirada irónica voluntariamente teñida de ruralismo desconfiado y de ancho y hondo sentido común. El grupo de intelectuales de sus tertulias catalanas es analizado con el mismo rigor, y de ningún modo acepta que se le dé gato por liebre. Su perspicacia es implacable.

EL CONTORNO FÍSICO. La otra vertiente de las páginas de Josep Pla es la de sensorialidad vorazmente volcada sobre el mundo: paisajista excepcional, paladeando golosamente colores, olores y sabores -hoy es Pla nuestro primer escritor gastronómico– extiende como un abanico el repertorio de sus percepciones. El Mediterráneo es su clave, es decir, su más profunda explicación histórica y estética, lo que le sitúa, como escritor, en un plano antirromántico. Compara cualquier retoricismo –el exaltado de Verdaguer; el patético de Rierola; el parnasiano de Costa y Llobera– con la sencillez fotográfica de las descripciones de Joaquim Ruyra, el de la dulce y sencilla fluencia, el de la palabra justa y benigna. Este es el ideal de Pla, y no es mala medicina para nuestra literatura de gesticuladores. Todas sus descripciones son, ciertamente, un prodigio de captación y de simplicidad.

LA LENGUA. El catalán de Josep Pla no es esteticista. Usa de la lengua cultivada y –como consecuencia de las reformas de Fabra– su idioma está exento de castellanismos. Pero es una lengua, la suya, normal, coloquial, sin el insufrible amaneramiento con el que sus contemporáneos pretendieron academizar de un golpe una expresión que, durante siglos, había quedado postergada en el nivel de la lengua rural. Fidelidad a esta expresión elemental y campesina –volvemos a lo que dijimos más arriba– no debe inducir a engaño: tras la lengua sabrosa, plástica, a veces rústica de las páginas de Josep Pla, se oculta un espíritu inquisidor, profundamente culturizado, que le convierte, en último término, en uno de los escritores más importantes de las Españas.

Guillermo Díaz-Plaja, diario ABC, 16 de junio de 1966

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