Francisco Rico
Tanto don Guillermo…
En el punto de la despedida, cuando el dolor de los suyos agrava el nuestro, el recuerdo de don Guillermo se quiebra en cien imágenes y se recompone en un solo sentimiento de tristeza por la pasión literaria que en Díaz-Plaja se apaga. No sabría decir qué instantánea suya se asoma con mayor persistencia. Por un lado .la evocación que nos sugieren amigos, lecturas, fotografías de inseguro enfoque. El joven vanguardista de la peña de los surrealistas, en la terraza del Hotel Colón, a la sombra del gran Foix, con las “agresiones gratuitas” que Salvador Dalí contrabandeaba desde París. O, en el patio de Letras, el universitario entre la coquetería de erudición añeja y la coquetería de actualidad, junto a Carlos Clavería, Juan Ramón Masoliver., Xavier de Salas, Pedro Grases, Miguel Batllori todavía en 1930, cuando aún tardaría en aparecer la mítica Nuestro cinema (“la mejor revista cinematográfica de la Europa capitalista” en el piropo delicioso de Georges Sadoul), el explorador de Una cultura del cinema: introducció a una estética del film.
Por otra parte, la evidencia de sus libros mejores. Quizá en primer término, El espíritu del Barroco (1940 y, en edición ampliada, 1983), que combinaba el estudio de los rasgos formales con una aproximación a la “historia de las mentalidades”- aún en el candelero – y con la atención a ingredientes luego tan discutidos como la hipotética incidencia de un factor judío o “converso” en tanto fermento de la cultura barroca. Pero también la Introducción al estudio del Romanticismo español, que un jurado presidido por don Antonio Machado distinguía en 1935 con el Premio Nacional de Literatura. A la par que las incontables instituciones y advertencias certeras de los trabajos de conjunto sobre Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez, en 1948 y en 1958, antes de que la bibliografía se desbordara. Y sin olvidar los nítidos deslindes de Las estéticas de Valle–Inclán -nacido en un invierno del Estado de Nueva York, con Dorín al lado-, el Modernismo y 98 saqueado por tirios y troyanos, la revelación orientación de Estructura y sentido del Novecentismo español…
Tantos libros, tanto y tamaño, don Guillermo. A uno de sus quehaceres, sin embargo, debe volver hoy con particular tenacidad la memoria de algunos españoles. En la destrozada escuela de la posguerra (Fernando Valls lo ha historiado con rigor), los manuales de Díaz-Plaja -con los de José Manuel Blecua y apenas más- fueron un privilegio para no pocos. Lengua y literatura se presentaban en ellos a la altura de los más solventes conocimientos de la época, con una adecuada estrategia pedagógica, servida por textos -clásicos y bien recientes- que pretendían ofrecer “la ilustración viva y orgánica de un suceder literario” contemplado con sensibilidad perfectamente al día. “A mí lo que me interesaba -subrayó en una ocasión don Guillermo- era crear vocaciones de lector”. Consta que despertó muchas; y a menudo las mantuvo con su labor de publicista. Tal vez sea la más noble posteridad para la pasión literaria de Díaz-Plaja.
Francisco Rico, La Vanguardia, 28 de julio de 1984.