Miquel Dolç

De Ítaca a la Atlántida

Llaves para nuestra interpretación

El último libro, que sepamos, de G. Díaz-Plaja es un libro de poesía, el primero que ha publicado en verso catalán: Les claus. Pertenece a estas ediciones de su propia creación y fórmula: de aquí, su presentación lujosa, sobria y atractiva. Enamorado de les recuerdos de la múltiple dimensión de la vida y de las ventanas libres, G, Díaz-Plaja nos abre quizá con estas «llaves», sin que se lo proponga él mismo, no pocas puertas de su plenitud de fecundo hombre de letras, He aquí cómo guarda la llave de su biblioteca:

«No la perdré, la clau
del temps sota la làmpara
en la tebior intima,
mentre, una per una,
les pàgines em parlen.»

Libro íntimo y coherente como pocos, Les claus sitúan, en cada una de sus páginas, ante nuestros ojos, cada uno de los viajes que el poeta ha realizado, como profesor, ensayista o pensador, a través de la geografía terrestre o de la geografía del espíritu. Contenido poético aparte —auténtico, actual, rico de analogías y soluciones plásticas—, nos sumergimos lentamente, y sin posibilidad de regreso gratuito, en esa lejanía de locura y en ese frenesí de historia y mapas que «La clau de contacte» pone en las manos del poeta. No es posible que Les claus se limiten al gozoso papel de conmemorar sólo un aniversario. Nos hallamos ante un libro demasiado vivo y vinculado en la aventura total del escritor.

Singularmente, en su aventura que tiene como objetivo la interpretación de la cultura catalana. Es innegable que toda separación en la totalidad de los estudios con que G. Díaz-Plaja ha enriquecido muestras perspectivas literarias, pecaría siempre de arbitraria y brusca. Todos ellos, en efecto, se interfieren en sus raíces y sus ramas hasta producir la sensación de una sola actividad, tensa, perseverante y decidida.

Con todo, dentro de esta unidad, sus ensayos, monografías y críticas sobre la circunstancia cultural de Cataluña, forman un organismo que, sin necesidad de otras fibras o defensas, viviría por sí mismo con luz, color y vida independientes. ¿Hasta qué punto influyen estos estudios en la historia literaria íntima de G. Díaz-Plaja? Hay que leerlos y meditarlos atentamente para emitir un juicio sustancial. Quizá concluiríamos entonces que deben de ser, para el escritor, la parte más querida, natural y consistente de su ideario.

No se alegue aquí como otras veces, confundiendo agilidad con precipitación, la supuesta ligereza de G. Díaz-Plaja. Por esto aconsejábamos su lectura atenta y reflexiva, en serio. Nuestro escritor ha tenido que afrontar no pocas dudas y batallas; ha buscado dolorosamente nuevos caminos. Y no sólo en los tiempos actuales. tan propensos a revisiones y polémicas, sino a partir de los años anteriores a nuestra conflagración.

¿Que los buscó a veces desde ángulos insólitos, como el cine o el viaje turístico? Esta aparente amenidad encierra, sobre sus propios méritos, el deseo de representar sinceramente el estado de ánimo de muchos hombres del país, atormentados o vacilantes, pero seguros de no querer seguir sólo directrices tradicionales y culturalmente caducas. Díaz-Plaja fue el primero, según nuestros conocimientos, en profesar, con éxito arrollador, un curso sobre cinematografía, en la Universidad de Barcelona; su fruto, al publicarse en forma de libro, fue Una cultura del cinema (1930), título bastante significativo en la característica línea estética de G. Díaz-Plaja. Por sí solo, era una toma de posiciones, con puntos de mira sobre la crítica, el modernismo, el teatro, el fenómeno hispano.

Bus ojos inquietos, incansables, se acostumbraron desde entonces a indagar a su alrededor como para descubrir la verdad de cada hecho y de cada individuo. Otros cuatro libros, hoy absolutamente imposibles de adquirir, marcan, desde aquella fecha, los últimos cinco años que sirvieron de pábulo a nuestra guerra: L’avantguardisme a Catalunya i altres notes de critica (1933), análisis de los movimientos futurista, ultraísta y superrealista; Una polèmica sobre el català a les darreries del segle XVIlI (1934), centrada en torno del Brusi, como anticipación al problema de la «Renaixença»: L’evolució del teatre (1935), obra de divulgación sobre uno de los temas que con más ahínco han ganado la atención de Díaz-Plaja, llevándole, primero, a la dirección de la sección de teatro del Conservatorio del Liceo y, después, a la del Instituto del Teatro de Barcelona, así como a sus sistemáticas Investigaciones sobre el teatro catalán de la Edad Media; en fin, Cartes de navegar (1936), una fascinante serie de notas de viaje acerca del famoso crucero universitario de I933 y de la América central.

Es necesario tener presentes estos títulos —algunos esenciales— para ver en su integridad el proceso intelectual de G. Díaz-Plaja. Todo parecía dispuesto y armado en su mente para continuar, desde el punto de vista catalán, este arco que puede conducirnos a la orilla de las más luminosas sorpresas. Desde Cartes de navegar, sin embargo, tendrán que pasar veinte años para que G. Díaz-Plaja pueda proseguir su eficaz y original tarea. cuántas fuentes, interpretaciones y creencias habrá sometido, mientras tanto, durante aquel tiempo, al humanísimo espejo de su sensibilidad! Sería petulante intentar señalarlas, una por una, en el espacio de una nota. No raramente con ellas ha conseguido cambiar el rostro espiritual y moral, al menos en parte, de nuestra cultura.

Otras cuatro obras, además del poético mensaje de Les claus, caracterizan estos últimos diez años de su inmersión en nuestro patrimonio histórico. Todo es para él, en este sentido, importante y válido. Por ello no eludió en Papers d’identitat (1959), el tono entrañable de las memorias, tan necesario para comprender los orígenes de su formación. El movimiento de estos papeles era absolutamente literario y, al mismo tiempo, introvertido; casi carente de anécdotas, acusaba hondamente el surco que los recuerdos habían dejado en su pensamiento, lleno de sustancia catalana y de nombres de maestros.

En esta misma dirección, su discurso «Una cátedra de Retórica» (1961), apoyado en el aspecto tradicional de su cotidiano quehacer de profesor, ilustraba la egregia presencia de unos predecesores —Milá i Fontanals, P. Piferrer, J. Cortada, Pons i Gallarza, J. Coll i Vehí, C. Cortejón y F. X. Garriga— en una cátedra que, sobre el significado académico de asignatura, equivale precisamente a la adquisición de una sensibilidad: de ella derivan las más saludables fuerzas del escritor y de nuestra inquietud. Es en este ámbito donde se inscriben las dos obras más ambiciosas de la nueva etapa de G. Díaz-Plaja: De literatura catalana (1958) y singularmente, Viatge a L’Atlàntida i retorn a Itaca (1962)

La literatura catalana, interpretada a través de diversos ensayos, aparecía, en la primera de dichas obras, como una línea de continuidad que, era, en ultimo término, el mismo signo de su vitalidad y expansión. Todo el panorama histórico desplegado fragmentariamente en la segunda obra, adquiere su dimensión más excitante y patética. Creo que en ella reside la verdadera originalidad de Díaz-Plaja. Operando, en principio, sobre la historia de los monstruos, es decir, de las creaciones más radicales de la fantasía humana, el critico se propone dilucidar uno de los aspectos menos desdeñables de nuestra índole literaria; la tradicionalidad deliberadamente unida a esa realidad estricta, guiada por una cordura estética que, aunque puede ser considerada como parte de la virtud de la prudencia, puede caer también en el pecado de la cortedad de horizonte o de cómodo repliegue a un pasado que juzga satisfactorio o a un coto de realismo irónico que esquiva el empuje creador.

No se puede permanecer, desde luego, eternamente en el estado de la nostalgia o de la elegía. La confrontación de nuevas perspectivas e incluso fantasías con nuestra estética habitual no reducirá los valores de éste, sino que establecerá posibilidades inéditas a las que nos podemos renunciar. He aquí el principio del ansioso programa de G. Díaz-Plaja. ¿Era ya antes conocido? ¿Fue sustentado por otros? Pero no quizá con la misma fe y bajo las mismas luces que ahora lo iluminan. Es éste uno de los nuevos sentidos de Les claus: la de aquella llave de la maleta de viaje:

M’imanta
l’horitzó per tal que em cridi
cels enllà oceans travessant
i muntanyes altíssimes,
parles foranes, menes d’èsser,
cançons

Miquel Dolç, La Vanguardia, 12 de mayo de 1966

‹ Volver a Impresiones de Escritores