LIBROS AUTOBIOGRÁFICOS

Introducción

Al seleccionar libros fundamentales, dentro de la amplísima bibliografía de Guillermo Díaz-Plaja parece obligado incluir algunos de sus obras de carácter autobiográfico. Su presencia no obedece tanto al criterio de calidad literaria e impacto en el mundo académico como a un reconocimiento a la personalidad humana e intelectual del autor.

Si la introspección tiene siempre interés en función de la importancia del protagonista, este ejercicio aún resulta más atractivo cuando el autor relaciona la explicación de su vida con su producción literaria. Por otra parte, conviene precisar que los títulos que a continuación se reseñan son exclusivamente en prosa, ya que los libros en verso de carácter autobiográfico son analizados en el capítulo dedicado a la poesía.

Papers d’identitat (1959)

Una cierta excepción de este criterio separador verso/prosa, la constituye la obra Papers d’identitat (1959), un repertorio de recuerdos íntimos y profesionales redactado en un exquisito catalán que tiene en su narrativa acentos líricos que permitirían –dependiendo del criterio de los críticos¬ clasificarlo como prosa poética o poema en prosa por la calidad espiritual de sus evocaciones. Al filo de la cincuentena, el autor ofrece en entrañables retablos los ámbitos y las raíces íntimas de su adolescencia y juventud en su “Girona aimada”. El ejercicio casi proustiano de memoria histórica lo desarrolla con la consistencia e introspección de un Bildungsroman, sólo que la narrativa de sus años formativos no es de ficción sino de la realidad de su propia biografía sentimental.

Así aporta claves para el conocimiento y apreciación del caldo de cultivo de su vocación literaria, de los entornos próximos y una geografía e historia de su propio yo de inquietudes, ambiciones intelectuales y también de reflexión existencial: “L’home es, doncs, una capacitat de futur. Cap criatura, sinó es l’home, pot projectar la seva existència cap a l’esdevenidor. La vellesa, trista, és la manca de futur previsible”. (pág.47)

Memoria de una generación destruida (1966)

Publicada en 1966, Memoria de un generación destruida, se desmarca desde su enunciado, del género intimista, para reivindicar un encuadre del escritor y otros colegas contemporáneos dentro de unas coordenadas históricas y culturales. Al abordar este tema desde su propia óptica, Guillermo Díaz-Plaja propone acuñar un nuevo término hasta entonces inédito en la historiografía literaria española y argumenta sus elementos definidores y diferenciales. El ensayo que justifica el encabezamiento de la obra se resume en un capítulo que viene precedido por una serie de evocaciones periodísticas autobiográficas, históricas y temáticas subjetivas que dan otras tantas claves de su formación, evolución, madurez intelectual y profesional en el ámbito de la literatura.

La tesis generacional está presentada en la introducción y argumentada al final de la obra al encuadrarse él y a otros contemporáneos como víctimas y resultado de la falla tectónica que supuso la contienda civil del 36 al 39.

En ella el autor explica que, una vez superada y desfasada por los trágicos acontecimientos y la diáspora del exilio, todos ellos fueron atrapados por el drama político. Agrega que los intelectuales que, como él, tras la Guerra Civil, permanecieron en España se quedaron de paso sin maestros y “nuestra generación fue sacrificada. Demasiado joven en 1936, nos sentimos, de pronto, demasiado viejos en 1939. Vimos caer derribados muchos de nuestros ídolos y nos agarramos desesperadamente al salvavidas de la supervivencia, con un intento primario y vegetativo del subsistir”. (pág. 179) Según la interpretación de Díaz-Plaja la misión de esta “generación destruida” –a la que se adscribe, con la que se identifica y a la que reivindica¬ aparece con perfil abnegado. “Nos limitamos a permanecer, a continuar… Nuestra misión fue sencillamente proseguir, hacer posible el diálogo”. (págs. 181 y 182)

Retrato de un escritor (1978)

Como su nombre indica Retrato de un escritor es probablemente el intento más completo de Guillermo Díaz-Plaja por ofrecer a los lectores su propia visión de su personalidad tanto en los aspectos vitales como literarios. Dicho esto, la obra resultante de tan prometedor objetivo, dista mucho de poder catalogarse como una autobiografía en el sentido clásico del género, ni unas memorias como suelen definirse en la literatura convencional. Porque ni los recuerdos abarcan toda su vida, ni pretende desvelar todos los secretos vitales de su yo. Fijados esos límites formales del libro –queridos y justificados por su autor¬ quizá resida ahí uno de sus encantos. Porque, fiel a su título, nos presenta una tela en la que él mismo interpreta a su personaje con su propio estilo y sin pretensiones de objetividad “fotográfica”, al seleccionar el carácter con que quiere marcar su figura. De ella, con colores escogidos de su paleta, su pincel perfila los colores que le parecen relevantes o esboza los contornos que quiere subrayar. Así marca la luz para que resplandezca lo que le interesa y deja que las sombras difuminen las zonas que pretende dejar ocultas. Pero sí promete una interpretación coherente de sus aspectos vitales en relación con su vocación profesional y su producción literaria que, siguiendo a Montaigne, proclama: “Yo resulto ser la clave de mí mismo y puedo, en este sentido presentar mis trabajos y mis días con una coherencia interna que explica y justifica la totalidad de mi esfuerzo” . Y para reafirmar esta dialéctica entre su personalidad y sus libros, resume: “Toda obra es un autorretrato; toda expresión es un reflejo en el que puede irse descubriendo nuestra vera imagen, nuestra profunda realidad”. (pág. 20)

Desde esta seductora óptica, el pintor –es decir el autor¬ nos invita a recorrer partes seleccionadas del camino de su memoria con evocaciones entrañables desde su infancia y adolescencia en la Barcelona del Parc de la Ciutadella, o la Girona de piedra, que iluminan las fotos sepia de un colorido cálido. En estos retablos remotos, las reminiscencias escolares y las primeras inquietudes culturales dan paso a una curiosidad lectora que pronto se transfigura en necesidad expresiva, primeros cuentos, poemas de juventud, para cristalizar en su primer libro a los 19 años. La trayectoria humana se va convirtiendo en currículum académico, rememoración de la vieja Universidad de Barcelona, ¬con sus apéndices naturales la Biblioteca de Catalunya y el Ateneu¬ el homenaje a sus primeros maestros y el recuerdo cordial de los compañeros devenidos después ilustres colegas. Y el paso, con el advenimiento de la República, de estudiante en la vetusta Facultad de Letras a profesor en la flamante Universitat Autónoma dependiente de la Generalitat de Catalunya, con un espíritu docente innovador y una libertad intelectual que da fuero de legitimidad a la enseñanza en lengua catalana.

De esa época, destaca Díaz-Plaja su introducción del cine en la Universidad, al organizar un cursillo sobre este arte. De entonces datan también sus inquietudes artístico-literarias y su compromiso con los movimientos vanguardistas, que le hicieron firmar manifiestos radicales contra el establishment artístico, como el llamado Full groc junto a Sebastià Gasch y Lluís Muntanya. Frente a este mundo intelectual de la Ciudad Condal, Díaz-Plaja descubre un universo distante y distinto en el Madrid de los primeros anos treinta a donde se traslada para realizar sus estudios de doctorado. Allí sintoniza con el espíritu de la época republicana a través de los círculos universitarios, muy especialmente la Residencia de Estudiantes donde conoce a Federico García Lorca, Dámaso Alonso y una pléyade de intelectuales de la época.

Este fascinante mundo se interrumpe brutalmente con el estallido de la fratricida Guerra Civil donde “todo se vino abajo” y donde “el alzamiento era la amenaza de catástrofe para un mundo que habíamos soñado intensamente”. (pág. 174) En los años patéticos de la guerra y, pese a su movilización en el ejército republicano, nuestro autor se refugia en la Literatura y escribe tres libros en tres años. Finalizada la contienda, Díaz-Plaja decide quedarse en el país y sufre la pérdida de su puesto de profesor en la Universidad, como represión del régimen franquista, así como un proceso de depuración de su cátedra de Instituto que acaba por recuperar. El capítulo siguiente, “Cuando estalló la paz” resulta especialmente significativo porque el autor expone la justificación de los intelectuales que, como él, renunciaron al exilio, para permanecer en la España franquista como defensores de los valores culturales en un universo adverso dominado por la censura y las ideas ultraconservadoras del régimen. El libro concluye, consecuente con su dialéctica vida-obra enunciada al principio, con una serie de glosas de varios de sus libros que, de alguna manera, dan claves vitales de su personalidad literaria y humana, así como de su curiosidad y versatilidad.

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