LA POESÍA LÍRICA ESPAÑOLA
La primera edición de “La Poesía Lírica española” se publica en 1937, en plena Guerra Civil, y es un ambicioso y original intento de abarcar la Historia de la Literatura española desde la perspectiva exclusiva de un género poético. En su introducción, Díaz-Plaja justifica el “análisis longitudinal” (Pag.5) de cada género literario, aunque ese enfoque “se compagina mal con la tendencia predominante en el día según la cual el pasado nos llega como un total de cultura”.(Pag.6) Pese a la dificultad metodológica reconocida, el autor aborda un amplio estudio (429 páginas) en el que traza un panorama amplio que describe y analiza las principales características de la lírica en lengua castellana en sus diferentes épocas históricas desde la Edad Media al Siglo XX y sus principales representantes con abundantes ejemplos significativos de sus obras poéticas. Se trata de un estudio exhaustivo que Díaz-Plaja realiza con sorprendente madurez a los 28 años, y en el que sus interpretaciones personales se comparan con abundantes citas de especialistas en cada época o autor, tanto españoles como hispanistas extranjeros, confiriéndole a su amplia Bibliografía un rigor de erudición de alto nivel académico.
Tras describir los elementos definidores generales de la cultura en el Medioevo, el estudio de la poesía medieval española arranca de la distinción clásica entre la temática profana –Mester de Juglaría, en manos de los trovadores o juglares— y la religiosa -–o Mester de Clerecía, en la que los autores eran los monjes y clérigos. En el primer grupo destaca la importancia de los Cancioneros –y su posible influencia árabe—para destacar a las personalidades clave del género:el Rey Alfonso el Sabio y el Arcipreste de Hita. En cuanto a la poesía religiosa, se destaca de entre todos, Gonzalo de Berceo, que en sus poemas enaltece a los santos cuyas vidas y ejemplos ensalza.
El Renacimiento, íntimamente marcado por la influencia italiana, llegará en el siglo XV a España de la mano del valenciano Juan Boscán d’Almogaver, introductor de las nuevas formas poéticas del Petrarca así como de su temática . Pero será el Marqués de Santillana quien consagra el espíritu renacentista en nuestro país, no sólo por su producción poética acorde con las nuevas tendencias italianizantes en su forma y su contenido –su obra, marcada por los “Sonetos fechos al itálico modo”– sino también por ser la “ figura representativa del hombre de letras de los albores del renacimiento” (Pag.65). Junto a él destaca Jorge Manrique, asociado a su poema elegíaco “Coplas por la muerte de su padre” y Garcilaso de la Vega, que canta la vida pastoril, autor de obra exigua pero altamente significativa del espíritu de la poética renacentista. El Renacimiento literario español tiene un segundo período que se extiende hacia el siglo XVI y que tiene en el salmantino Fray Luis de León uno de sus representantes mas destacados, ya que a su producción poética se superpone una formación académica y humanistica de alto nivel que le cualifica como ejemplo del hombre universal de la época. Junto a él destaca la poesía mística de Santa Teresa de Avila, pero sobre todo de San Juan de la Cruz. Y en abierto contraste la escuela sevillana de Fernando de Herrera, amplificador de la obra garcilasiana.
En cuanto a la siguiente época, el Barroco, el autor destaca sus dos movimientos principales –Culteranismo y Conceptismo—y distingue las características de cada uno de ellos, aunque señala las dificultades para distinguir en algunos escritores entre esas tendencias. Los dos poetas barrocos más destacados, Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, merecen sendos análisis que caracterizan su compleja estructura retórica en el primero y su reflexiva profundidad de contenido el segundo. “El uso y aun el abuso de la metáfora” como “la clave de toda la poesía de Góngora” (Pag. 179) y sus fabulaciones mitológicas (Polifemo,Acis y Galatea) frente a una actitud más filosófica de Quevedo, cuya poesía “eleva a un plano nacional y político todo el pesimismo abstracto de la poesía barroca.” (Pag. 205).
El capítulo correspondiente al Romanticismo señala entre los signos distintivos del movimiento del XIX la rebelión hacia la libertad respecto a las reglas formales y académicas del siglo XVIII sustituyéndolas por el espíritu del “yo romántico creador “, es decir el enfrentamiento «entre el yo (subjetivo) poético y el mundo (objetivo) que le circunda” (Pag 302). Como arquetipo de esta escuela, el autor selecciona a José de Espronceda,”el poeta más sobresaliente del Romanticismo español, el más representativo”.(Pag. 312) Junto a él Gustavo Adfolfo Becquer, “el más puro poeta del Romanticismo espanol”..cuya “obra lírica…llega como una honda emanación de belleza…” (Pag 331) Por último el autor destaca a José de Zorrilla de quien destaca otra característica peculiar que le diferencia de los dos anteriores poetas: “la personificación misma no ya del estilo romántico –cosa que cabría poner en duda– sino también de un culto a lo tradicional español.” (Pag.322-323) en oposición a cierto europeísmo de sus contemporáneos de escuela.
Por último, Díaz-Plaja se esfuerza en clarificar el complejo panorama literario del siglo XX para distinguir entre sus dos grandes movimientos, Modernismo y Generación del 98. Tras trazar las características del primero como de una “tendencia general” de renovación con el nuevo siglo y enterrar los modos y sensibilidades románticas, más asomados a Europa. Como figura más representativa modernista presenta a Rubén Darío quien se basa en “un estudio profundo de la tradición poética española, las escuelas francesas del Parnasianismo y Simbolismo.”(Pag. 354) y “que intenta una nueva manera poética de base sensorial” (Pag.355. Junto a él, aunque posterior, Juan Ramón Jiménez representa “la línea mas apurada del Modernismo” pero ya en tránsito hacia escuelas posteriores y está a la cabeza de las nuevas formas de poesía ” (Pag. 383) Dentro de esta época sitúa la figura de Miguel de Unamuno, quien, aunque contemporáneo del Modernismo, marca sus distancias con una poesía de características propias, con vetas amorosas, paisajísticas e incluso religiosas, con marcado carácter intelectual. Y, como representante por excelencia de la Generación del 98, el autor destaca a Antonio Machado como “la más noble frente pensativa de este período literario” y “una de las figuras centrales de la poesía española contemporánea” (Pag 369) Sus poemas contienen una visión “con la angustia de la España presente y el sueño de una España mejor” (Pag.371) El libro concluye con un panorama de las diversas tendencias poéticas del siglo XX español que se dibujan , desde el Ultraísmo de Guillermo de Torre hasta el Neo-Popularismo de Federico García Lorca o Rafael Alberti que más tarde también cultivarán el Superrealismo. Y termina con la llamada “Poesía pura” del intimismo de Pedro Salinas, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre o Gerardo Diego y demás epígonos de la que acabaría conociéndose como “Generación del 27”.