Y SENTIDO DEL NOVECENTISMO ESPAÑOL
En 1975, al publicar Estructura y sentido del Novecentismo español Guillermo Díaz-Plaja vuelve a abordar la disección y caracterización de una época histórica para intentar definir sus signos de identidad a través de la Literatura y de la vida cultural. Como anteriormente lo realizó en sus estudios sobre el Romanticismo (1936) y el Barroco (1940), en esta obra de madurez se adentra en una época que linda y casi se solapa en el tiempo con las escuelas del Modernismo y la Generación del 98 a las que en 1951 había dedicado un amplio ensayo.
La delimitación cronológica del Novecentismo como movimiento surgido a partir del agotamiento de los escritores modernistas y del modelo intelectual noventayochesco es la primera premisa del estudio que se reduce a un periodo breve que culmina con la aparición de la “eclosión poética de la llamada “Generación del 27”. Si el Modernismo cabalga entre el fin del siglo XIX y se agota hacia 1906, este año marcaría el inicio del Novecentismo que tiene su período de plenitud entre 1917 y 1923, y partir de entonces empieza su decadencia. Para el autor, el Novecentismo como movimiento generacional parte de una “actitud de ruptura”, de una voluntad de establecer una nueva manera cultural y estética que se limita a las primeras décadas del siglo XX y en modo alguno se extiende mas allá.
El estudio atribuye los rasgos distintivos de la actitud intelectual de la época a características como “la sustitución de modos autodidácticos, anarquizantes y bohemios por maneras más pulcras y sistemáticas: el esfuerzo por conectar con la cultura europea”; (pág.15) “la idea de realizar la revolución cultural desde el poder. En Madrid, mediante la inserción progresiva de instituciones específicas en organismos oficiales; en Barcelona utilizando hasta el máximo las posibilidades que daba la Mancomunitat de Catalunya”. (pág. 15) Al respecto, el autor destaca la importancia de la creación de centros docentes y científicos de carácter liberal y avanzado como el Instituto Escuela, la Institución Libre de Enseñanza, en Madrid o el Institut d’Estudis Catalans en Barcelona durante el período de la restauración monárquica. Los intelectuales novecentistas convivieron sin problema con esta Monarquía hasta que la institución se desprestigió por su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera y entonces se convirtieron en republicanos.
Desde la perspectiva del pensamiento, el Novecentismo opone sus ideales a los del Ochocientos (Romanticismo, Realismo, Modernismo), exaltando los valores universales, frente a los localismos. La cultura catalana, en defensa de la ciudad frente a la rusticidad, del clasicismo frente a la espontaneidad romántica. Estas tendencias llegarán a cristalizar en unas generaciones universitarias que tienen como cabezas de fila y maitres á penser a Ortega y Gasset en Madrid y a Eugenio D’Ors en Barcelona. La distinción entre las especificidades catalana (el Noucentisme) y la del Estado ¬que el escritor califica de “auténtica bicefalia cultural”¬ es una constante en su análisis del movimiento novecentista.
Junto a los dos maestros, Díaz-Plaja selecciona una lista de escritores representativos del Novecentismo que se incorporan a él después de haber militado anteriormente en el Modernismo o en el 98, tales como Azorín, Baroja, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Ramón Pérez de Ayala. Y asimismo señala los cambios ¬tanto de forma como de fondo¬ que caracterizarán a la creación literaria de la época. En lírica se produce “una retracción respecto de la dicción musical del modernismo hacia formas más conceptuales y de más sobria factura”. (pág. 16) Claramente hacia los años 20 “aparece una nueva literatura” con una concepción distinta del arte ¬que incluirá a vanguardias¬ con escritores tan originales como Ramón Gómez de la Serna, León Felipe y sobre todo con la nueva manera de entender la poesía de Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca y Rafael Alberti, que enlazarán con la Generación del 27.
En cuanto a la temática de la narrativa el movimiento cultiva una gama amplia en la que varios ejemplos bastarán para ver su diversidad. Por una parte, como se ha indicado ya, está el “cosmopolitismo”, concepciones de tipo universalista, frente al localismo provinciano. En la novela, esa escuela adquiere un tono mundano y frívolo, pero en el ensayo ¬especialmente dorsiano—tiene una dimensión cultural al valorar la ecumene europeista y clásica. Por otro lado, existe un nacionalismo que propugna una nueva visión de España, a veces tradicional, como en Menéndez Pidal, Unamuno o Ortega; o más moderno, como en Marañón, Azaña o Américo Castro.
Díaz-Plaja hace constante hincapié en la polarización de una concepción mas clasicista, romana, mediterránea y ecuménica en D’Ors y en los círculos próximos al Noucentisme catalán en abierto contraste con una visión orteguiana de España, próxima a la de Menéndez Pidal. Ésta considera a Castilla como eje de la identidad peninsular y mitifica las virtudes humanas y políticas de sus hombres a lo largo de la historia. De este culto y de esa visión castellanocéntrica participan también Unamuno y Machado que exacerban las cualidades de esa región con acentos épicos y de determinismo histórico en su vocación de poder y autoridad sobre toda la Península. Esta perspectiva sería rebatida por el historiador catalán Ferràn Soldevila quien brindará desde el litoral una óptica mas equilibrada para el papel desempeñado por otras regiones en la historia de España.
Para esta sinopsis se ha utilizado la edición de 1975 (Alianza Editorial).