LAS ESTÉTICAS DE VALLE-INCLÁN

En 1966 Guillermo Díaz Plaja publicó Las estéticas de Valle Inclán con motivo del centenario del nacimiento del escritor gallego.

Considerada por la crítica como una obra de madurez, Las estéticas de Valle Inclán, aparecido en 1965, supone un ambicioso intento de Guillermo Díaz-Plaja por ofrecer una visión original –como anuncia el título, desde una perspectiva plural¬ sobre un escritor capital del siglo XIX ya ampliamente estudiado por especialistas, tanto españoles como extranjeros. Su investigación sobre el escritor gallego fue ampliada en la Universidad del Estado de Nueva York, en Buffalo, donde impartió un curso monográfico sobre el tema el año académico1964-65. En su introducción al libro, el autor rinde homenaje al hispanismo de Estados Unidos cuyo servicio de Bibliotecas universitarias le sirvió para acceder al copioso material que utilizó de base para su estudio. Y expone que tiene el propósito “de ordenar y sintetizar una pululación de datos y noticias intentando una sistemática general no acometida hasta ahora”, (págs.10-11) en una alusión crítica a la bibliografía hasta entonces publicada. Y aborda su análisis en un doble frente al estudiar bajo prismas diversos de clasificación, primero la figura humana y su circunstancia vital –desde sus sus orígenes y su formación hasta convertirse en un icono del panorama literario español de su tiempo¬ para entrar después en una búsqueda de esas claves temáticas y estilísticas diferenciadas que conforman su obra. De modo tal que la disección estratificada de ambos perfiles ¬figura y creación¬ se complementan dialécticamente: “Procederemos a desmitificar al “personaje” para alcanzar su más honda realidad humana y artística”. (pág. 11), anuncia el autor.

La parte biográfica se observa a partir de unas raíces familiares y geográficas que marcarán al futuro escritor que nace en el seno de una familia de clase media con pretensiones poco fundadas de aristocracia en una pequeña ciudad de provincia de Galicia. Estas coordenadas ¬junto con un autodidactismo forzado por su fracaso escolar y universitario¬ limitan inicialmente su acceso a la cultura con mayúscula a ámbitos y tertulias provincianas en los que el joven Valle obtuvo “una información literaria en extremo mediocre”. (pág. 37) De todas maneras, adquiere una modesta formación humanística que le introduce al latín en su doble vertiente de la lengua clásica de los autores romanos y la del latín medieval utilizado por la Iglesia católica como lingua franca de la liturgia. Esa dualidad tendrá un enorme impacto en su obra, como puede ilustrar una escena clave que el autor destaca en uno de los dramas valleinclanianos más emblemáticos: “Divinas palabras“. En ella el sacristán evita una tragedia gracias a una frase en latín de poca monta con intención casi exorcista y de efectos sedantes.

Valle Inclán proyecta esta división entre ambos latines ¬vulgar y clásico¬ sobre la dualidad idiomática presente en su tierra entre el gallego natal, que él asimila al primero, y el castellano, que identifica con el segundo. Dentro de este ámbito, una vez clara su vocación literaria, y pese a la presencia notable de intelectuales galleguistas a finales del XIX, Valle Inclán se decanta por el uso del castellano frente a su lengua vernácula. Esta elección viene motivada en parte por huir de su “complejo provinciano” y en parte por su vigorosa concepción de la unidad hispana que el autor del libro desarrolla en un capítulo específico: “Las Españas de Valle Inclán.” Y también porque, pese a su reclusión provincial galaica, se asoma a “una ventana abierta a Europa” (pág. 36) al descubrir en las bibliotecas locales que frecuenta, autores franceses como Flaubert, Maupassant, Balzac, Zola e incluso italianos como Carducci y Leopardi.

En la concepción valleinclaniana de España, Díaz-Plaja distingue una “visión mítica” (págs. 61-68), basada en la misión idealizada de Castilla como catalizador de la unidad peninsular y de las hazañas imperiales en América. Eso no le impide, dentro de una idiosincrasia clave de su personalidad humana y literaria, complementarla con una “visión irónica” (págs. 68-75) que nace del “asedio de la realidad” (pág. 73) española. Y por último, se completa el tríptico con una “visión degradadora” que comporta la última vuelta de tuerca que llevará al esperpento, característica capital del humor irónico y ácido que caracteriza su obra desmitificadora. “Es la España mítica que va a enfrentarse con la España esperpéntica”, (pág.78) sintetiza el autor.

Estos elementos de la concepción de España determinan las mismas pautas que permiten configurar las tres claves que Díaz-Plaja denomina “las estéticas de Valle Inclán” en el capítulo central que da título al libro. En la primera de ellas, la “visión mítica”, está basada en el estudio de “La lámpara maravillosa”, “Flor de santidad” y “Comedias bárbaras”. Dentro de ellas, el autor estudia las características marcadas por “las raíces místicas” (pág. 97) y destaca una insospechada dimensión trascendente en el escritor gallego, con ramificaciones religiosas contemplativas reminiscentes de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. El análisis también detecta en esas y otras obras aspectos próximos al neoplatonismo, que define como “raíces gnósticas” (pág.109) en las que Valle flirtea con doctrinas esotéricas, cabalísticas, e incluso panteístas que le llevan a una “estética del misterio” (pág. 98) de clave posromántica.

Como ejemplo de la “visión irónica” Díaz-Plaja selecciona las cuatro “Sonatas”, y destaca que dentro de éstas, la “Sonata de invierno” marca la transición con la anterior visión mítica. Esta clasificación se fundamenta en el “cinismo del personaje central, el marqués de Bradomín”, en el que “el enhiesto penacho del conquistador…deja paso a una visión irónica de la grandeza patria… Los ademanes grandilocuentes muestran de pronto una vertiente insospechada: el reverso destructor de los gestos altivos o trascendentales”. (pág.124) Por último, el estudio considera la “visión degradadora” que, arrancando de la contemplación de una “España progresivamente depresiva, melancólica, cansada”, marca el ascenso de la dimensión esperpéntica, “la estética del fantoche, es decir el dominio total del autor sobre sus criaturas con cuya infrahumanidad juega”. (pág. 136)

Como dice Max Estrella, protagonista de “Luces de bohemia”, “el esperpentismo lo ha inventado Goya” y define esta categoría en la que “la deformación lo español es un elemento paródico de lo europeo”. (págs.138-139) Al final esta perspectiva de degradación se ejemplifica con la imagen del espejo cóncavo que sirve para deformar y dar una visión grotesca, caricatural de la realidad decadente. “La estética del esperpento no es, contra todo lo que se ha dicho, de raíz nacional” señala Díaz-Plaja que, tras reconocer como Valle Inclán el precedente del Goya de los monstruos, indica que el escritor recoge un una tradición que se remonta a la pintura “del Bosco, Brueghel, Durero, Hogarth y Daumier”. (pág. 148)

Para esta sinopsis se ha utilizado la edición de 1965 (Editorial Gredos. Colección Biblioteca Románica Hispánica)

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