Martín de Riquer
Primer recuerdo del profesor
A Guillermo le hacía mucha gracia, y lo contaba con justificadísima ilusión, encontrarse con escritores de renombre, con personas importantes maduras y con señoras que ya eran abuelas que, al conocerlo, lo primero que le decían es que de jóvenes habían aprendido a querer y a apreciar las obras literarias gracias a su manual escolar Síntesis de literatura española, que desde 1939 ha alcanzado más de 50 ediciones. En 1935 había ganado por oposición la cátedra de Lengua y Literatura del viejo y famoso Instituto Balmes de Barcelona, y se dio cuenta de que los estudiantes de bachillerato necesitaban una buena guía para esta fundamental asignatura, y de ello nació su Síntesis, donde explica con la mayor claridad qué es la obra literaria, qué características tiene un movimiento estético, qué significa un autor y qué vale un libro en breves y diáfanas líneas que recogen y sintetizar lo que la crítica y la investigación más solventes habían aportado. Su cordial vinculación profesoral se advirtió muy a las claras en 1961 cuando, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona historió la cátedra de Retórica que habían regentado hombres tan ilustres como Milá y Fontanals, Pablo Piferrer, Coll y Vehí, Clemente Cortejón, Javier Garriga y finalmente el joven profesor Guillermo Díaz-Plaja. Obtuvo la cátedra los veintiséis años, pero ya era un crítico literario famoso: aquel mismo 1935 ganaba él Premio Nacional de Literatura con su memorable estudio sobre el Romanticismo, que le fue otorgado por un jurado en el que se contaban Pío Baroja y Antonio Machado.
Enorme vitalidad
La promesa que supuso Guillermo Díaz-Plaja al entrar en la escena literaria se cumplió con creces. Centenares de libros, monografías, ensayos, constantes colaboraciones en revistas especializadas e incluso y asiduamente en la prensa diaria dan muestra de su enorme vitalidad, su incansable trabajo y su universal curiosidad, que lo llevaron desde estudiar el vanguardismo en Cataluña y trazar una universitaria estética del cine, hasta el análisis profundo y detenido de grandes obras y de importantes autores. Obras como La poesía lírica española, El espíritu del Barroco, Modernismo frente a Noventa y ocho, Defensa de la crítica, El reverso de la belleza, etc., sin olvidar sus libros de viajes y sus libros de versos, tanto en castellano como en catalán, perfilan su robusta y ágil personalidad.
Escribo deprisa y con la desorientación que produce la muerte de un queridísimo amigo de juventud, con quien tanto he hablado de literatura y de mil cosas. También estaba yo emocionado el 5 noviembre de 1967, cuando, por encargo especial de Dámaso Alonso, leí mi contestación a su discurso de ingreso en la Real Academia Española. En las sesiones de ésta y en las de la de Buenas Letras de Barcelona nos sentábamos frente a frente, siempre tan próximos como en aquellas inolvidables veladas en su casa, en la mía o en la de algún buen amigo. Sé que la muerte de Guillermo fue cristianamente ejemplar, otro motivo para envidiarlo.
Martín de Riquer, La Vanguardia, 28-VII-1984