Luis Valeri
Eco de un artículo
Academias de lenguas hispánicas
El artículo de Vicente Gállego en ABC sobre Cataluña y la Real Academia Española» ha merecido sendos comentarios en la prensa de nuestra ciudad. El magnífico editorial de La Vanguardia del día 27 de marzo, el luminoso artículo de Juan Ramón Masoliver en este mismo periódico del día uno de abril, y el notable de Enrique Badosa en El Noticiero Universal, han glosado con una coincidente apreciación las ideas vertidas por aquel meritísimo articulista sobre lo que él consideró «injusto, anormal y escandaloso», o sea, el hecho de que en la Real Academia Española no figuren las más altas figuras de la literatura catalana, «de una literatura gloriosa de la que puede decirse lo que Alfonso XIII dijo de Cataluña: el más rico florón del reino. Resultaría una forma de engrandecimiento, de ampliar los estrechos límites actuales para que entrara a torrentes la luminosidad mediterránea. Lo exige también la más noble política».
Sin perjuicio de manifestar por nuestra parte el más profundo reconocimiento a la elevada intención que inspiró a don Vicente Gállego por «la delicadeza y el valor, la amplitud de miras, la oportunidad, en fin, que tan paladino salir por nuestros fueros», según frase de Juan Ramón Masoliver, coincidimos plenamente con este nuestro admirado amigo al decir «que el decidido valimiento del articulista de ABC en favor de los intelectuales de expresión catalana, acertaría la más profunda diana si se aplicase a conseguir más vitalidad y mayor vigencia a aquella creación orsiana denominada «Instituto de España», y que al presente sólo agrupa las Reales Academias con sede en Madrid, las Academias del centralismo de Felipe V. Instituto que adquiriría significación plena si con las citadas englobara en su suprema instancia nuestras Academias vernáculas y entidades análogas, las del área lingüística del catalán, como las de Galicia y el País Vasco».
Guillermo Díaz-Plaja, correspondiente de la Real Academia Española en Barcelona, en carta abierta al ilustre hombre de letras, dice con una sinceridad que le honra, que no le ha sido posible cumplir uno de los preceptos estatutarios de la Real Academia, cuál es el de remitir periódicamente «índices de voces, giros y modismos provinciales» por la sencilla razón de que estas variedades bilingüísticas del castellano no existen como formas vernáculas en Cataluña, donde la lengua general es una lengua «aprendida», aunque de cultivo literario tan ilustre como el que acreditan los nombres de Boscán, Capmany o Marquina (o si queréis, Gironella, Luis Romero o José Cruset). Recuerda Díaz-Plaja una disposición del Ministerio de Educación Nacional al incluir entre las disciplinas del curso preuniversitario la «Literatura Hispánica Contemporánea». La expresión de literatura española del cuestionario –dice la Orden Ministerial– debe entenderse siempre que se refiere a las obras escritas en lengua castellana, catalana, gallega o vasca. Con esta aclaración se concreta que tan española es la lengua castellana como las otras que se hablan y se cultivan en España. Hay que recordar también la iniciativa estatal de crear en la Universidad de Barcelona y en su Facultad de Filosofía y Letras la Cátedra de Lengua y Literatura catalanas.
Si la finalidad primordial de la Real Academia Española es la de velar por la pureza y propiedad de la lengua castellana, nada se opone a que las otras hispánicas, concretamente la catalana, revaloricen sus instituciones dedicadas a velar también por la pureza y propiedad de su idioma.
En 1907 la Diputación Provincial de Barcelona creó el Institut d’Estudis Catalans. En el acuerdo de nuestra Corporación Provincial se decía que con la Renaixença de Cataluña y el público reconocimiento de su personalidad cultural se imponían nuevas obligaciones que habían de ser atendidas por la Diputación Provincial. Una de ellas era el restablecimiento y la organización de todo lo que se refiere a la cultura genuinamente catalana y –dice el acuerdo– que la Corporación Provincial se sentiría culpable ante Cataluña y ante todas las naciones si no se llevase a cabo, en lo que de ella dependía, la intensificación de nuestra cultura, facilitándole todos los medios posibles para su desarrollo y organizando instituciones que cumpliesen aquella finalidad dotándolas de los elementos materiales necesarios y procurando que el ejemplo de la Diputación lo imitasen otros organismos con su colaboración a aquella iniciativa. La finalidad de aquella institución, según el acuerdo de la Diputación en 1907, era la de crear un centro de crítica histórica y social donde se trabajase con verdadera seriedad científica, investigando y publicando obras de carácter histórico, literario y jurídico sin perjuicio de ampliarlas a todas las otras ciencias morales. Al efecto se crearon en el Institut unas secciones: la Histórico-Arqueológica, la de Ciencias, la Jurídica y la Filológica, esta última dirigida por el gran restaurador de nuestra lengua, Pompeyo Fabra. La sección Filológica dictó las normas ortográficas de la lengua catalana tan necesarias para la unificación de la lengua escrita, las que, a pesar de iniciales resistencias, acabaron por imponerse como normas de disciplina literaria y práctica. La sección Filológica del Institut d’Estudis Catalans fue en realidad nuestra «Academia de la Lengua». Además de las citadas normas confeccionó y publicó el Diccionario de la lengua catalana de Pompeyo Fabra, obra si no exhaustiva, iniciadora en el orden práctico de una más amplia realización lingüística. Esta ha venido a culminar en el monumental Diccionari Català-Valencià-Balear que, iniciado por el mallorquín Mossén Antonio María Alcover, ha llegado a su feliz término bajo la dirección del meritísimo filólogo Francisco de B. Moll, con la colaboración de Manuel Sanchis Guarner y Ana Moll Marqués.
La obra cultural del Institut fue, desde su fundación, una de las más intensas, valiosas y fecundas que se han realizado en el orden de la investigación científica, especialmente en lo que afecta a la Lengua y a la Historia. Sería imposible en un artículo periodístico relacionar los magníficos trabajos que realizaron las secciones del Institut con obras monumentales de investigación científica y sobre todo histórica. El Institut d’Estudis Catalans adquirió fama y renombre internacional es el contacto con los más eminentes cultivadores de la filología románica en Europa, y con los centros dedicados a estudios e investigaciones históricas.
El Institut d’Estudis Catalans fue creado con plena capacidad jurídica para recibir donativos de toda clase, para obligarse por contratos con personas públicas o privadas y para disponer de todos sus recursos en la forma que creyese conveniente a los fines culturales que señalaron los acuerdos de su constitución.
Esta institución ha de ser nuestra Academia de la Lengua. Es en su sección Filológica donde se ha de continuar la labor purificadora de la lengua catalana, contribuyendo con ello al mayor enaltecimiento de una de las lenguas hispánicas, fecunda no sólo en la Historia, sino en la actualidad intelectual de Catalunya.
Es de esperar que nuestra Diputación Provincial, tan celosa de los valores culturales de nuestra tierra, reintegre al Institut d’Estudis Catalans, que es nuestra Academia de la Lengua, a su bien ganado prestigio, reconociéndole de hecho y de derecho la personalidad jurídica que tuvo desde su fundación hasta el año 1939. La tarea que le encomendaron los acuerdos fundacionales no sólo es compatible con el enriquecimiento de la cultura hispánica, sino que ha de representar la expresión más viva de aquella fraternidad que el ilustre don Vicente Gállego exaltó en su memorable artículo «Cataluña y la Real Academia Española».
Luis Valeri, La Vanguardia, 3 de mayo de 1964