José García Nieto
Ensayos sobre comunicación cultural
Después de terminar este libro hemos vuelto a una de sus primeras páginas, donde el autor recuerda «haber leído en torno a temas africanos la frase de que la muerte de un anciano equivale al incendio de una biblioteca». Y a Guillermo Díaz-Plaja, que se nos ha ido sin ancianidad, cuando tanto podíamos esperar todavía de la biblioteca andante que era, de la fuente generosa en que convirtió toda su vida, entregada a la compañía y a la enseñanza, a ese ejercicio vitalísimo del diálogo, que tan fielmente aprendió de su maestro Eugenio d’Ors, le recordaremos siempre en su evidente talante vecinal y nutricio, porque se diría que sus incontables viajes estaban hechos para nosotros, como lo estaban sus dilatadas e ininterrumpidas horas de lectura y escritura, que no desperdiciarían uno solo de sus minutos hasta que, manejados desde el talento del profesor, nos llegaban plenos de sencillez y entendimiento.
Por eso este libro, entre tantos, tantísimos suyos, viene a ser un retrato de quien lo ha escrito y el espejo o la memoria de una conducta. Pluralidad en los temas, rigor y claridad en su exposición, oportunidad en las observaciones, totalidad y unidad en esas travesías por las que jamás se pierde el viajero. Y vida y obra, y seguimiento de lo literario, y acogida de lo humano, «que en nada le es ajeno», para llegar a un final que contacta y se corresponde con el principio. Si ya conocemos otros libros del autor que pueden parecerse al que hoy comentamos en su desarrollo y claridad, estos Ensayos sobre comunicación cultural nos sorprenden por esa plenitud con la que – o en la que – ha vivido la España de nuestro siglo, como muy bien subraya en el prólogo del libro el profesor André Labertit, de la Universidad de Estrasburgo, que apadrinó a Guillermo Díaz-Plaja cuando se le recibió como doctor «honoris causa» en la Facultad de Ciencias Humanas de dicha Universidad. Pero añadiremos nosotros, como bien se puede deducir de la lectura de este libro, que nuestros límites naturales e históricos no estrechan al autor, sino que su «¡Eya velar, eya velar!» – él nos lo dice – le ha hecho estar en vigilia permanente para tratar de comprender el mundo en que estamos, y hemos estado, comprendidos.
De la variedad de estas páginas, señaladas todas ellas con una evidente preocupación de actualidad, se desprende ese propósito, siempre en marcha, de que su pensamiento no se deje nada en las orillas del camino elegido, así como sobresale su vocación de claridad. No va con él el célebre «oscurezcámoslo» d’orsiano, por más que la broma del dicho no sea más que una ocurrencia del maestro, de quien Díaz-Plaja ha aprendido muchas precisiones y claridades. El castellano ha tenido dos incomparables cultivadores en estos dos catalanes de excepción. Y, estudiada suficientemente – y no tan suficientemente – la tarean pontificial de don Eugenio en el concierto de estas dos lenguas y de estas dos culturas – que son una tantas veces – queda ahora por tratar «in extenso» esa labor de acercamiento y comprensión en la obra y en la vida del autor de estos Ensayos.
El libro está titulado con certeza, y desde él tenemos ya una señal de la actitud cultural y – ¿por qué no? – divulgadora de Guillermo Díaz-Plaja. Esa Comunicación ha sido norma en los trabajos del profesor. Actual siempre en sus investigaciones, ante las nuevas relaciones entre los hombres, la gran palanca que mueve hoy el mundo y que son los medios de comunicación, la anunciación de los contactos interplanetarios y las posibilidades de «contemplación desde la Tierra», hacen escribir a Díaz-Plaja: «Al tomar conciencia de este suceso llego a la conclusión de que nuestra generación – precisamente la nuestra – ha sido llamada por el destino a constituirse en testigo de esta transformación tremenda de nuestra perceptibilidad». Esta vocación de percibir es lo que manda en el ánimo del ensayista y lo que le acercará simpáticamente a cualquier lector de hoy. Porque para Díaz-Plaja la cultura es algo que abraza y hasta «hiere blandamente» a los pueblos. «¡Oh, cauterio suave!». «Lo que corrige o ataja eficazmente algún mal». Y el mal de la lejanía entre los hombres sólo se puede atajar a través de la cultura… Esto lo sabía bien el autor de este libro, y en todos sus capítulos le busca las vueltas a esta tercería casi sagrada, que puede ser, desde ahora, inteligentemente entendida, lazo y libertad a un tiempo.
En el capítulo titulado «Retórica y poética» se enaltece esa aportación de lo culto en el propio campo de la creación literaria – no olvidemos que el discurso de ingreso de Díaz-Plaja en la Real Academia trató de esa vertiente culturalista en la poesía actual – y habla aquí atinadamente de que esa aparente «destrucción atolondrada» de las reglas no es otra cosa que el relevo de unas reglas por otras de muy sabios contenidos… El apartado «Europa como comunicación cultural» se abre un poco más adelante hacia la «pluralidad cultural hispánica», a la comunicación cultural hispano-americana, a «la orilla de África» o a «la recepción de China en las culturas hispánicas». Dentro de nuestros límites son muy interesantes los ensayos sobre «Dos intentos de intercomunicación cultural española: catalanes y andaluces» «que se cierran con ese texto conmovido por José María Pemán, que pudo hablar de la aportación catalana a la cultura contemporánea llamándola «un vaso de agua clara». Y, aunque de interés no menor es el que se ampara bajo el epígrafe «Culturas enterizas y fronterizas de España», donde el planteamiento muy plausible y acertado de los dos apartados es por parte del autor clarificador y original, tiene cierto defecto maniqueo al apoyarse en las constantes que fija R. Perpiiñá para diferenciar unos pueblos de otros. Según este ilustre economista catalán, al distinguir las características que separan a los pueblos continentales – epirocracias – de los pueblos marítimos – talasocracias – resulta que en su «esquema de contraste» casi todas las cualidades de aquéllos son negativas, mientras las de los pueblos marítimos están llenas de virtudes incontestables. Cuando, con serena lucidez, Díaz-Plaja habla de «enterizos y fronterizos» alcanza a fijar lo que llama «tentación del Este», como resumen de sus estudios, y le sirven Don Quijote y el Cid para llegar a muy personales conclusiones.
En esos personajes, reales o de ficción, que ponen en juego lo aristocrático y lo popular, o lo señorial y lo bucólico, partiendo esta literatura de un deseo o incorporación de lo culto a las costumbres del pueblo, Díaz-Plaja escribe páginas fundadas y atrayente sobre Quevedo, Lope, Moratín o Bernardino de Rebolledo, «un clásico español en Escandinavia», que publicó libros «con su noble castellano» en Amberes, Colonia y Copenhague, y que se sintió seducido por un mundo norteño y remoto, que le hace pensar a nuestro ensayista, y poeta también, en los felices y mágicos versos de Góngora cuando para referirse a los azores dice genialmente:
los raudos torbellinos de Noruega».
No se puede resumir en comentario tan breve un libro riquísimo en temas y pródigo en intuiciones, donde Díaz-Plaja se nos presenta como un incitador de la literatura, como un paladín de la cultura para todos. Este moto es hoy una exigencia que nos impone su reciente memoria.
José García Nieto, ABC, 27 de octubre de 1984.