Anna Caballé
Prólogo al libro Querido amigo, estimado maestro. Cartas a Guillermo Díaz-Plaja (1929-1984)
1.
Que unas cartas escritas a lo largo de los años y de innumerables avatares políticos vean la luz pública, y no sólo conozcan la pequeña, aunque intensa, luz de quien las recibió en su momento y las leyó con el interés que siempre se vuelca en una carta, es una buena noticia. Nada mejor que la lectura de una correspondencia para comprender su importancia en el mundo intelectual. No hay cultura que pueda sostenerse sin la libre circulación, lectura y conocimiento de las palabras dichas en voz baja, dirigidas a alguien preciso, escritas tantas veces sin pensar en las consecuencias y, por tanto, generadas en un ámbito de libertad personal que aun teniendo en cuenta las múltiples censuras es siempre estimable.
En este caso, el epistolario que se presenta está constituido por un corpus de cartas recibidas por Guillermo Díaz-Plaja (Manresa, 1909 – Barcelona, 1984), uno de los intelectuales más polifacéticos de la vida cultural española del siglo XX. Son cartas que van de 1929 (la primera) a febrero de 1984, la última. Más de cincuenta años de vida, casi podría decirse que un mundo entero las contiene pues, aparentemente, poco tiene que ver el contexto en el que Joaquim Ruyra escribe la primera de las seleccionadas con el contexto que el arquitecto Oriol Bohigas tiene presente en la que cierra el volumen. En la primera Ruyra da las gracias a un jovencísimo Díaz-Plaja que, en aquel momento, todavía alterna las clases como estudiante en la Universidad con las primeras colaboraciones periodísticas.
En septiembre de 1929 nuestro hombre tiene cumplidos los veinte años y abriga, como tantos jóvenes, un enorme deseo de comerse el mundo; de hecho ya ha empezado a hacerlo publicando su primer trabajo literario sobre Rubén Darío. Lo decía Eugeni d’Ors, autor que no es ajeno a esta correspondencia, en uno de sus certerísimos juicios: “Quién tiene cera, debe arder”. Díaz-Plaja era, en efecto, un hombre de los intuidos por el pensador catalán. Es decir, alguien con cera suficiente para querer, y poder, desplegar en su entorno una intensa, a veces incluso frenética, actividad profesional, en su caso siempre relacionada con la docencia y los libros. Pero quiso ser pintor, novelista, poeta, cronista mundano, viajero,…
En 1929, GDP no sólo estudia Filosofía y Letras, sino que desde 1927 se ha matriculado también en Derecho. Simultanear ambas carreras siempre me ha parecido un rasgo propio de quienes sienten, y con razón, el temor a que una carrera de humanidades tan escurridiza como «filosofía y letras» será insuficiente para absorber la energía profesional con la que sueñan y que les empuja al trabajo, como el insecto se ve atraído por la luz. Ruyra, en fin, le da las gracias a Guillermo Díaz-Plaja por la reseña que ha escrito a un libro suyo (Entre flames) publicado el año anterior y también por una reciente entrevista aparecida en El Día Gráfico (agosto de 1929). Hablamos de una época en la que imperaba todavía la buena costumbre en los escritores de agradecer cortésmente por escrito la deferencia de que alguien se ocupara de ellos. En Querido amigo, estimado maestro esa costumbre se ve ampliamente contrastada, y los libros van y vienen constantemente. Podría decirse que forma parte de un sistema de relación, no exento de las naturales tensiones, pero que sabe situar por encima de ellas la cortesía debida al otro. De forma que a lo largo de la correspondencia, serán numerosos los escritores que le acusarán recibo de una reseña, de un artículo, de una referencia, pero no menos los que, habiendo recibido un libro del autor, le darán a su vez la primera impresión que les ha merecido. Desgraciadamente no disponemos en este volumen de la voz de Díaz-Plaja pues, a excepción de alguna etapa concreta de su vida, no guardó copia de sus cartas, aunque sí guardara cuidadosamente las recibidas de sus corresponsales. Y quedaba fuera de los propósitos de este proyecto iniciar la localización de las cartas de GDP dirigidas a los múltiples corresponsales con los que mantuvo relación a lo largo de su vida.
La historia de este epistolario es sencilla. Un total de 1.567 cartas fueron cedidas por la familia Díaz-Plaja Taboada a la Unidad de Estudios Biográficos en 2006, después de varios años de colaboración del mencionado centro de investigación con los herederos de su legado para crear una base de datos que permitiera en el futuro una rápida búsqueda textual. La cesión quedó formalizada en un acto que contó con la presencia del Rector de la UB, Màrius Rubiralta, en septiembre de 2006. Del indudable interés de ese legado, la presente selección, con un total de 127 cartas, se ofrece como una muestra, un tast decimos en catalán, que ha procurado reunir las diferentes facetas profesionales de GDP a partir de algunos ejemplos de su relación con importantes figuras de las letras. Paradójicamente los amigos más cercanos a GDP apenas figuran en el legado (y por tanto tampoco en la selección dispuesta aquí) en razón de su proximidad. El hecho de vivir en la misma ciudad, de compartir tareas, de verse casi diariamente excluye, generalmente, la correspondencia. Amigos como Martín de Riquer, con quien GDP se veía todos los sábados después de cenar en la llamada “tertulia de los sabios”, también frecuentada por Ester de Andreis, Luis Monreal y Montserrat Agustí, Ricardo Fernández de la Reguera, Susana March, Xavier de Salas y Carmen Ortueta.1 O bien Juan Ramón Masoliver, con quien GDP colaboró mucho en la Asociación de Críticos; o José Cruset (que sólo aparece con un poema divertido), al que GDP veía constantemente porque eran amigos entrañables. De su relación con el gran escritor Josep Maria de Sagarra o Jaume Vicens Vives sólo han quedado testimonios fotográficos.
El hecho de que la correspondencia que se presenta respete las dos lenguas manejadas por su receptor ya es significativo de la actitud permanentemente abierta y conciliadora de GDP: “una misión intelectual debe ser, entre nosotros, la apertura hacia la verdad que consiste en la observación de una realidad múltiple, compleja, en que se asienta el quehacer de los españoles”. En esta sencilla, aunque difícil y solitaria operación mental de construir puentes que unieran a dos culturas tan próximas entre sí como la catalana y la castellana, estuvo siempre Díaz-Plaja.
2.
Sin pretenderlo, la lectura de Querido amigo, estimado maestro pone en evidencia la fractura española que se produce en 1936. En primer lugar, porque de esta época, del 36 al 39, correspondiente a la guerra civil, no hay cartas. En agosto de 1937 nuestro autor fue movilizado por el ejército republicano como soldado de Artillería. Y aunque su perfil militar en la guerra fue muy discreto, los tiempos no eran los más adecuados para la comunicación intelectual, sin que ello fuera obstáculo que le impidiera seguir escribiendo. Pero lo importante eran otras cosas: “Me veo bajando por el paseo de Gracia. Ya no soy escritor, ni catedrático, ni conferenciante, ni periodista. Voy vestido de caqui y llevo al hombro un saco de patatas. Voy contento porque en casa el saco será muy celebrado”, recuerda en un pasaje de Memoria de una generación destruida. La guerra, el “Diluvio” en sus palabras, supuso un corte brutal en la vida española y una sensación de estupor se apoderó de GDP.
De forma que algo se rompió en su interior con la guerra y sus resultados. Nada que ver el intelectual anterior a 1936, un hombre afortunado (como le subraya José Manuel Blecua en la carta número 17) que ha finalizado brillantemente sus estudios universitarios (obtiene el premio Extraordinario de Licenciatura en 1931), que ha participado en el célebre crucero de junio de 1933, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid y en el que viajaron universitarios de Madrid y de Barcelona. Un hombre que en 1935 alterna su cargo de catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto Balmes con una ayudantía en la Universidad (a las órdenes del profesor Ángel Valbuena Prat), que se ha casado felizmente con una compañera de estudios, Concepción Taboada, y que ha obtenido el Premio Nacional de Literatura (también en 1935) con su libro Introducción al estudio del Romanticismo español, concedido por un jurado del mayor prestigio literario. Antes de 1936, GDP creía que podía alternar sin problemas (y así lo hizo) sus colaboraciones en el semanario Mirador, en La Veu de Catalunya, incluso en El Debate con artículos en Azor, publicación dirigida por Luys Santa Marina. Pero el resultado de la guerra, la feroz persecución de la ideología republicana en el Nuevo Estado franquista, impedirá contemporizar con unos y otros. De modo que nada que ver, digo, este hombre anterior al 36, uno de los críticos mejor considerados de su época a pesar de su juventud, con el que deberá enfrentarse al “nuevo orden” surgido de la guerra y con el cual Díaz-Plaja se ve impelido a colaborar desde el principio. En este “nuevo orden” que conocemos genéricamente como franquismo GDP irá tejiendo con cierta dosis de amargura su teoría de la “generación destruida”, a la que más adelante me referiré. No obstante, obtendrá notables éxitos, incluso puede decirse que GDP es un hombre del Régimen porque acostumbrará a capear todos los temporales, pero también recibirá algunos sonoros fracasos, derivados de la suspicacia que despierta, entre las filas más integristas del bando nacional, su actuación. Por ejemplo, cuando en 1941 aspira a ocupar la cátedra vacante de literatura en la UB, hasta la guerra ocupada por el profesor Ángel Valbuena Prat, se verá apeado de su candidatura de forma concluyente (léase la carta 36, escrita por Joaquín de Entrambasaguas).
Y una decepción parecida sufre con la recepción de su libro sobre el poeta y ensayista de filiación tradicionalista Ramón de Basterra (La poesía y el pensamiento de Ramón de Basterra, 1941) con el que GDP aspiraba a congraciarse con el «nuevo orden». Sin embargo, su estudio, que le ocupó un lapso de tiempo desacostumbrado y que incluía abundante documentación inédita, mereció una durísima crítica por parte de la revista Escorial (dirigida por Pedro Laín Entralgo), crítica que por su virulencia apareció sin firma que permitiera identificar a su autor. Las palabras inmediatas de Díaz-Plaja a Pedro Laín, al que acusaba de ser corresponsable de tan severa afrenta, todavía rugen: “Quien siente la cortesía como una forma espontánea de su espíritu está obligado, con mayor motivo, al sentimiento de la amistad que -creía yo- se había establecido entre nosotros como acto de mutua comprensión. De haber existido ésta por su parte, Vd. no hubiese tolerado en su revista, no un artículo de carácter reprobatorio -perfectamente lícito- sino un ataque personal de tal carácter como no se recuerda en la vida literaria”. Afortunadamente para él, otras cartas -las de Dámaso Alonso o de Karl Vossler, por ejemplo- le animarán, invitándole a olvidar el encontronazo con el sector más puro del falangismo: “no te preocupes demasiado de esos incidentes”, le aconsejará Dámaso aun comprendiendo lo improcedente del artículo.
Díaz-Plaja, en efecto, seguirá adelante con su ingente trabajo. Meses antes de su polémico estudio de la obra de Ramón de Basterra había publicado un sugerente ensayo sobre el Barroco (El espíritu del Barroco: tres interpretaciones, 1940) y su primer manual de la literatura española, uno de los aspectos más reconocidos y relevantes de su labor intelectual. En el remoto bachillerato estudiado por nuestro autor, y según él mismo recordaba en su magnífico ensayo El oficio de escribir (1969), al que tantas veces he acudido, los adolescentes se enfrentaban a la terca obstinación profesoral de «la importancia de la asignatura». Está claro que ahí algunos profesores siempre han jugado con ventaja porque nada más fácil que subrayar la importancia de una materia gracias a la cual se curan enfermos, se construyen puentes o casas, se comprende el espacio o se desarrolla la informática. Pero, ¿qué decir de la enseñanza de la literatura? ¿Es en verdad una materia importante? ¿Sirve de algo? Ahora mismo habría mucha tela que cortar sobre su pobrísima consideración en nuestro presente educativo, pero es la figura de GDP la que nos interesa. Su convicción del carácter formativo del saber literario, su empeño por considerar la literatura una herramienta fundamental para comprender el pasado han dejado huella en sus múltiples historias de la literatura leídas y consultadas por miles de alumnos de varias generaciones: «hasta qué punto la poesía certifica el mundo en que se mueve, es cosa que no necesita ulterior explicación», leo. Y es que él era un hombre firmemente convencido de que la historia de la literatura debía ser a su vez una historia de las ideas, de modo que la poesía, la novela o el teatro dan fe, en cualquier ocasión, del mundo en que se mueven.
La «importancia de la asignatura» la mostraba pues GDP a los adolescentes de su tiempo, por vía indirecta y como sin querer, a través de sus textos escolares, preparados por alguien que conocía muy bien «el oficio de escribir» y quería transmitirlo. Recuerdo muy bien su historia de la literatura española (una edición posterior, de los años 60, por supuesto de Ediciones La Espiga) estructurada a base de conceptos, pequeños textos representativos, fotografías de los escritores y elementos gráficos que eran entonces de una gran modernidad (deliciosos mapas literarios, rutas, documentos).
Oposiciones, manuales y un profundo amor al saber literario son cuestiones que se desprenden de la correspondencia entre el profesor José Manuel Blecua y GDP. Cuestiones de «filólogos en el purgatorio» en eficaz expresión del profesor José-Carlos Mainer, autor además, en la obra del mismo título, de la más completa semblanza trazada sobre el historiador de la literatura que aquí nos ocupa. De todas las cartas cruzadas, el presente volumen ofrece tan sólo algunas calas que permiten, sin embargo, hacerse una idea del compañerismo y la lealtad que unía a los dos colegas de las letras. Las cinco cartas que se incluyen resultan suficientes para encontrarse con un joven Blecua lleno de entusiasmo por su trabajo. Lo mismo ocurre con la carta escrita por Antonio Vilanova, una de las más sorprendentes del conjunto, por la lectura crítica que hace de la enseñanza universitaria de su tiempo quien después sería catedrático de la UB y hombre influyente en el mundo cultural barcelonés. Pero la carta está escrita por un joven que acaba de perderse con su batallón de filas, todavía está lejos del sistema y mantiene alerta sus ideales de renovación del mundo universitario, dispuesto a valorar la vida como una urgencia impostergable. GDP habla en alguno de sus libros de la conciencia de declinación que conlleva el paso del tiempo. Concepto aplicable a los movimientos estéticos, pero también a la vida humana, con etapas claramente diferenciadas según el peso de la experiencia vaya modelando la vitalidad inicial del sujeto.
La ordenación cronológica de las cartas sugiere un recorrido intelectual, el de quien las recibe, pero sólo indirectamente. De forma que el lector tiene noticia de lo que hace, escribe y publica GDP a través de las repercusiones que su actuación genera. El lector también podrá percibir las palpitaciones de una época. Para ser más precisos, de varias épocas. Yo distinguiría tres: el periodo 1929-1936, al que ya nos hemos referido, donde destaca un hombre en la plenitud de su incipiente madurez y reconocimiento profesional. El periodo 1939-1946, el de la inmediata postguerra con los conflictos, las tensiones políticas y el giro intelectual que el propio GDP impone a su carrera después del «Diluvio», cuando todo se ha venido abajo. Y, por último, el periodo 1946-1984, que ubica el grueso de su carrera profesional a lo largo de cuarenta años. Es en esta etapa en la que GDP desempeña su labor polifacética como catedrático de Instituto, director del Instituto del Teatro, académico de la Real Academia Española desde 1967, poeta, ensayista, crítico literario… Cuando, en fin, gesta su labor memorialista: Memoria de una generación destruida, Retrato de un escritor e incluso Papers d’identitat. Es en el primero de los tres citados donde GDP reflexiona con mayor acierto sobre la dialéctica en la que se mueve todo ser humano entre los deseos y la realización de los mismos. El libro, concluido en diciembre de 1965, está teñido por la nostalgia de un futuro que el estallido de la guerra convirtió en imposible. Es un texto escrito en clave generacional, pensando en aquel grupo de intelectuales que a principios de los años 30 se reunía en la sala Cervantes de la Biblioteca de Catalunya (entonces ubicada en la calle del Bisbe): Xavier de Salas, Carlos Clavería, Pere Grases, Juan Ramón Masoliver, Miquel Batllori, etc. La suya, dice, no fue una generación afortunada, muy al contrario tuvo una instalación «patética» en la historia de España. Demasiado joven en 1936 para haberse desarrollado ya adecuadamente, de pronto, en 1939, se verá demasiado vieja para hacerlo, limitándose, en el interior, a sobrevivir, sin brújula y sin maestros. Ajena, hasta donde era posible, a la relamida literatura escurialense que se impuso. En cuanto a los que se fueron (Pere Grases, por ejemplo), la vida les exigió, deliberadamente, empezar de nuevo.
3.
Es curioso, aunque nada sorprendente, observar cómo varían y evolucionan los afectos entre GDP y sus corresponsales. Así la furiosa carta de Pedro Laín, del 45, queda olvidada ya en el 52, restableciéndose la relación cordial entre ambos autores. Por el contrario, es de suponer que GDP no hubiera podido evitar el sobresalto de conocer las duras palabras que le dirige Max Aub en sus diarios -Diarios (1939-1972)-, porque la carta del novelista hispano francés, seleccionada por los editores, y fechada en 1965, no las sugiere en absoluto. En este sentido, la lectura de toda correspondencia es un ejercicio perturbador que pone a prueba la consistencia, o no, de las relaciones humanas a la luz de los hechos y las trayectorias sucesivas.
Hay, en fin, cartas conmovedoras como la que le dirige Agustí Esclasans desde la cárcel Modelo de Barcelona, en agosto de 1940. A pesar de la absurda situación en la que se encuentra el escritor y convencido creyente, acusado, sin embargo, de «poeta rojo-separatista» y habiéndose prohibido toda su obra por la misma razón, Esclasans no pierde la serenidad y trabaja en la cárcel con todas sus fuerzas. Leamos el improvisado inventario que le hace a su amigo GDP: «Durante estos 15 meses y medio de encarcelamiento y condena he escrito las obras siguientes: Poema de Cataluña (en un prólogo y diez cantos); Elegías (4 libros); 25 sonetos morales; Psicografía de Jacinto Verdaguer; Horas negras de mi celda blanca (50 sonetos de la cárcel); La cruz y la pluma; y tengo preparado todo el material para mi Poema de Castilla, que me propongo escribir en la Biblioteca Nacional de Madrid cuando salga de la cárcel. Dios sobre todo. Ya ve que mi sistema de literatura espiritualista funciona y progresa, contra todo y a pesar de todo». Pero hay también alguna carta hilarante, como la que le envía un divertido Antonio Mingóte, quien para compensar el retraso de su misiva se adelanta a felicitar unas navidades a primeros de noviembre…
La carta que el arquitecto Oriol Bohigas dirige a GDP en 1984, la última del volumen, es, como la primera de Ruyra, de agradecimiento. Aparentemente, decía al comienzo de esta introducción, un mundo las separa. ¿Qué tiene que ver la Barcelona de 1920 con la de 1980? A vista de pájaro, nada. Pero una ciudad es el resultado, siempre en marcha, de un esfuerzo colectivo; una cadena de generaciones que, más allá de la política, están unidas por un espacio y unas aspiraciones colectivas. Su sensibilidad no es unánime, pero sí debería serlo su conciencia del pasado común, aunque no siempre compartido. Bohigas escribe a Díaz-Plaja para solidarizarse con un escrito suyo: quienes le han sustituido en la dirección del Instituto del Teatro de su ciudad arrojan una paletada de tierra sobre lo hecho anteriormente. A GDP esa paletada le duele y agradece la muestra de reconocimiento que le brinda Jordi Coca en un artículo publicado en La Vanguardia. Bohigas se suma a él, en privado: «Si la meva mare fos viva, t’hauria fet constar ara, en aquesta ocasió, el testimoni de la seva reconeixenca» (carta 127). También Lidia Falcón, en sus memorias La vida arrebatada (2003), querrá dejar constancia del perfil abierto de GDP, de la admiración que sentía por la cultura republicana («era un intelectual liberal que nunca se dejó captar por la miserable propaganda del régimen fascista»).
Una carta siempre insinúa el perfil de quien la escribe. No se trata aquí de defender su posible literariedad, indiscutible en ocasiones, sino de que la forma de una carta revela un pensamiento y una actitud gestados en la alteridad, es decir, nacidos por y para el otro, a quién se escribe. Si se trata además de la carta de un escritor o de un intelectual tenemos la ocasión de comprobar como se recurre a un instrumento, el lenguaje, ya consolidado previamente, sin que exista ninguna preocupación por la novedad del mismo, como sí ocurriría si el mismo escritor, o intelectual, en lugar de una carta concibiera un texto orgánico, pensado para la publicación. De modo que leer cartas de escritores es como ver la maquinaria de un oficio desprovisto de sus tensiones y exigencias artísticas. Así, cada corresponsal genera sus propias rutinas, sus pautas expresivas, su forma de concebir un espacio comunicativo que prefigura ya una determinada respuesta (la carta cordial recibe cordialidad, mientras que la carta hostil será devuelta probablemente con otra dosis de hostilidad).
En una carta el lenguaje se desliza sobre un tapis roulant, recuperando realmente la condición primera que tuvo el arte clásico: la instrumentalidad. El lenguaje alcanza el estado de una ecuación pura, que diría Barthes, sin más espesor que un álgebra frente al hueco de un hombre que no está (y por eso se le escribe). Ese hueco aquí tiene un nombre: se llama Guillermo Díaz-Plaja. Y cuantos hemos colaborado en este proyecto, que puede ver la luz gracias a la generosa colaboración de la Academia de Bones Lletres y la Universitat de Barcelona, aspiramos a recuperar con él la memoria de lo que fue y de cuánto trabajó.
Anna Caballé, Unidad de Estudios Biográficos de la UB.