EL ESPÍRITU DEL BARROCO

Preparado y escrito en plena Guerra Civil y publicado en 1940, El espíritu del Barroco, es una obra que, tras su estudio sobre el Romanticismo (1936), confirma dos aspectos esenciales de Guillermo Díaz-Plaja: su inquietud por analizar algunas de las principales épocas de la Literatura española y su vocación de ensayista. Ambos predicados –que serán una constante en su bibliografía posterior¬ son justificados por el autor en su prólogo. En él fundamenta sus novedosas e incluso audaces hipótesis interpretativas sobre el Barroco y su espíritu al tiempo que defiende la humildad del carácter ensayístico de su propósito, al no pretender agotar el tema ni extraer conclusiones definitivas en su estudio.

El libro basa su aproximación al período artístico y literario del Barroco –que el autor define: “tanto una técnica como un estado de espíritu”¬ en tres enfoques que suponen otros tantos capítulos. El primero de estos epígrafes, “La nostalgia de una edad heroica”, trata de reflejar la contraposición del mundo de las armas y el de las letras en la literatura española del XVI y XVII en el contexto del momento histórico que vive el país. Según Díaz-Plaja, en abierto contraste con el período del Renacimiento que le precede, los escritores españoles de la época estudiada, huyen de los arquetipos idealistas y se centran en modelos realistas.

Uno de los elementos distintivos de esa actitud en la literatura barroca es el “triunfo del intelectual” con la incompatibilidad entre la vida militar y literaria ¬al modo del renacentista Garcilaso¬ o con la decepción que expresa Cervantes, que acaba por renegar de sus hazañas bélicas e ironiza sobre los libros de caballerías a través de su Don Quijote. El estudio destaca que en figuras como Quevedo este estado de espíritu tiene un carácter aún más amargo, irónico o incluso cínico y se presenta como reflejo de su visión del imperio hispánico en América. En ese universo, el escritor no hace énfasis en la heroicidad de los conquistadores sino más bien en sus obsesiones materialistas de búsqueda del oro y la plata de las Indias.

Un segundo capítulo, “El posible factor racial”, aborda el Barroco desde una óptica étnico-cultural al relacionar algunas características esenciales de algunos literatos de la época en España con rasgos claves de la identidad histórica y cultural del pueblo hebreo. La mención de algunos de estos elementos, “del alma judía, el impulso de plenitud y el afán de sabotaje”, se ven reflejados en la obra de algunos escritores del Barroco español. El análisis de la coincidencia de estos atributos lleva al autor a inquirir sobre la posibilidad de las raíces familiares semíticas en los casos de Góngora y de Gracián. Sin llegar a pretender demostrar dicha característica racial de origen, se limita a apuntar aspectos en común de su obra y personalidad con la de otros escritores de origen español que sí pertenecieron a la diáspora sefardí.

“La sensualidad barroca” conforma el tercer aspecto del ensayo, al aportar elementos en el estilo y contenido de la Literatura española de la época que corroboran una visión más realista y material de la naturaleza y del amor. De nuevo, en comparación con los arquetipos renacentistas del idealismo, los escritores barrocos españoles aparecen más apegados a la realidad y a la belleza sensual del cuerpo femenino que a la espiritualidad anímica del amor platónico, a las damas etéreas de la época anterior, “que Europa había aprendido de los trovadores y del Petrarca”. (pág. 53) Al liquidar el idealismo neoplatónico considera que “la belleza es fungible” y la realidad muestra “las cosas como son, espléndidas en su belleza y miserables en su derrumbamiento” y añade que “la realidad ha dejado de ser una idealidad potenciada”. (pág.54)

En la última edición, de 1983, el autor reproduce un capítulo de su libro Defensa de la crítica y otras notas, (1953) en el que resumía las polémicas que El espíritu del Barroco había suscitado en los trece años transcurridos desde su publicación. Y con objetividad recoge tanto las críticas adversas, la del jesuita Rafael María de Hornedo, como las entusiastas, del profesor universitario José Camón Aznar, así como otras más equilibradas del crítico Enrique Lafuente Ferrari.

Para esta sinopsis se ha utilizado la edición de 1983 (Editorial Crítica)

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