ANTOLOGÍA DE LIBROS DE VIAJE

Al elegir una selección de obras clave en la vasta Bibliografía de Guillermo Díaz-Plaja resulta imprescindible incluir en ella alguno de sus numeroso libros de viajes. Pero, a diferencia de otras fichas en esta web, dedicadas a un solo título del autor, ésta se extiende a una pequeña antología de sus obras más significativas de este género. El criterio está justificado por la dificultad de elegir entre los muchos títulos de su literatura viajera por su calidad y variedad intrínsecas pero también porque permite una consideración global de este aspecto de su personalidad literaria y su perfil humano.

A lo largo de su vida de escritor Díaz-Plaja aunó la que un crítico calificó como “una feliz vocación” literaria con su dimensión, no menos vocacional, de viajero de las letras. Esta inquietud itinerante no sólo se refleja en sus libros de viajes sino también en numerosos poemas, algunos de ellos recogidos en varios volúmenes. Acreditan este intenso “curriculum viae” (o “viarum”) del escritor que su primera obra de viajes, Cartes de Navegar (en catalán), la publicó en 1935 con 26 años y los últimos libros viajeros (Mis viajes por Asia y Mis viajes por Europa aparecieron en 1984, año de su muerte.

Los viajes del escritor tienen gran importancia cuantitativa y cualitativa dentro de su vida y de su obra, tanto en prosa como en verso, y reflejan su pasión, no sólo como admirador de paisajes, conocedor de monumentos o asiduo de museos sino también como observador de gentes, ambientes o sociedades. Este rasgo de su personalidad le distingue de la mayoría de escritores españoles de su época donde no abundan los que se dedican a recorrer y explicar el mundo. Y esta característica es aun más excepcional dentro del ámbito de la docencia y estudio de la Literatura donde era más habitual la permanencia en el ámbito académico. Frente a ese esquema más estático Díaz-Plaja hizo compatible una vida dedicada a la enseñanza y la investigación – como atestigua su copiosa bibliografía – sin renunciar a recorrer su país, Europa, América, África y Asia. Y así desarrolló su concepción del viaje como experiencia viva con crónicas de carácter periodístico, a menudo publicadas en la prensa y posteriormente recogidas en sus libros que complementaban su cultura académica. Esta dimensión de reportaje supuso para el escritor una fuente de contacto con las diversas realidades del mundo que le permitía un mejor conocimiento directo de su complejidad. Y, consecuentemente, en todos sus libros de viajes palpita y es palpable un ansia de superación del aislacionismo nacional y un deseo de aprender de la universalidad y la riqueza de otras culturas, de comprender otras civilizaciones, antiguas o actuales, ligadas por la historia y unidas por la geografía al superar las distancias.

Cartes de Navegar (1935)

Su “opera prima” de viajes marca un hito de enorme originalidad al combinar en este libro el cuaderno de bitácora de un itinerario náutico por el Mediterráneo ¬en el emblemático crucero universitario de 1933¬ junto a sensibles reflexiones culturales y artísticas. Porque el reflejo escrito de las diversas escalas –desde Mallorca a Estambul, pasando por Túnez, Sicilia y Grecia¬ es el pretexto para una meditación sobre los vínculos históricos del Mare Nostrum a la cultura y el arte de Roma, la civilización helénica o el Islam. Escrito en un catalán rico y cultivado, sus textos a menudo traspasan la frontera entre la prosa y el poema lírico con una enorme capacidad de evocación para mezclar paisajes con estampas históricas. Especialmente emotiva resulta la narración del episodio de su visita al barrio judío de Rodas donde entrevista a una anciana sefardí –Mazaltó de Jacob Israel¬ que interpreta para él cantigas en ladino que datan del siglo XV, antes de la expulsión de los hebreos de España.

El viajero y su luz (1963)

Este libro recoge las impresiones del escritor en una serie de en un periplo por diversos países de Europa, además de otros peregrinajes por distintas escalas de la Geografía e Historia de España. Junto al interés de todos y cada uno de los diversos itinerarios descritos, destaca especialmente su magnífico prólogo, un ensayo sobre su teoría del viaje que considera la curiosidad una de las claves de su vocación de viajero literario, casi como expresión de su filosofía existencial: “Vivir es proyectarse hacia afuera”, proclama. (pág.13) El viaje, agrega, es “estimulado por la curiosidad de las almas que entienden la superioridad del conocimiento vivo sobre el saber libresco”. (pág. 15) Y formula de varios modos esta exploración literaria del mundo exterior: “Escribir es describir…Descubrir el arte de adjetivar” y “Somos aprendices del arte de mirar para rectificar los clisés preestablecidos por las guías turísticas”. (pág.19).

Asimismo define que “Viajar es confrontar realidades humanas diversas…Porque todos los patriotismos se han construido sobre la idea de la perfidia que acecha en la vecindad geográfica”. (pág.20) Y concluye: “Viajar es tomar conciencia del mundo”.

Con variado rumbo (1967)

Como su título sugiere esta obra recoge nuevos periplos del autor por su país y por diversos itinerarios europeos y americanos. Su interés radica en la capacidad de adaptación y flexibilidad para interpretar lugares y paisajes muy dispares. Estos viajes le llevan primero a recorrer las aldeas y paisajes castellanos de la ruta del Cid con amplias referencias a los textos de la canción de gesta. Después, el viajero salta a Italia para deleitarse en la contemplación de algunas de sus pequeñas ciudades artísticas como Ferrara, Vicenza, Arezzo o Spoleto. De allí cruza el Atlántico para exaltar Nueva York, Chicago u otras metrópolis de Estados Unidos y explorar algunos de sus vastos territorios. Y finalmente acaba cantando odas a Argentina, México, Perú y otros países de su querida Hispanoamérica a donde viajó innumerables veces como profesor. Dominar esta enorme paleta de coloridos diversos y de apariencia irreconciliable es una de las singularidades que distingue al Diaz-Plaja de las crónicas viajeras de otros escritores del género. Él nos aproxima a estos paisajes y figuras en panorámica o primer plano con la misma emoción, intensidad y sensibilidad que los científicos que estudian las células en el microscopio y descubren las galaxias en el telescopio.

Como su título sugiere esta obra recoge nuevos periplos del autor por su país y por diversos itinerarios europeos y americanos. Su interés radica en la capacidad de adaptación y flexibilidad para interpretar lugares y paisajes muy dispares. Estos viajes le llevan primero a recorrer las aldeas y paisajes castellanos de la ruta del Cid con amplias referencias a los textos de la canción de gesta. Después, el viajero salta a Italia para deleitarse en la contemplación de algunas de sus pequeñas ciudades artísticas como Ferrara, Vicenza, Arezzo o Spoleto. De allí cruza el Atlántico para exaltar Nueva York, Chicago u otras metrópolis de Estados Unidos y explorar algunos de sus vastos territorios. Y finalmente acaba cantando odas a Argentina, México, Perú y otros países de su querida Hispanoamérica a donde viajó innumerables veces como profesor. Dominar esta enorme paleta de coloridos diversos y de apariencia irreconciliable es una de las singularidades que distingue al Diaz-Plaja de las crónicas viajeras de otros escritores del género. Él nos aproxima a estos paisajes y figuras en panorámica o primer plano con la misma emoción, intensidad y sensibilidad que los científicos que estudian las células en el microscopio y descubren las galaxias en el telescopio.

China en su laberinto (1979)

El “descubrimiento” de China marca una nueva frontera en el interés viajero de Díaz-Plaja. En su prólogo al libro en que reseña su primer viaje a la República Popular, el autor reconoce su desconocimiento previo de este vastísimo país y su milenaria cultura. Y se declara plenamente consciente de “la dimensión del tema, la dificultad de su entendimiento, la brevedad del contacto” (pág. 9) Con todo, el escritor hace un esfuerzo de adaptación y de curiosidad –de nuevo la virtud capital del viajero¬ y demuestra un enorme respeto por los fenómenos sociales, políticos y económicos, incluida su ingenua visión del régimen maoísta. Díaz-Plaja aporta al lector un panorama rico y fascinante de la realidad del coloso de Asia. A través de las visitas a Pekín y a las principales ciudades chinas, así como a la Gran Muralla, escuchando a sus guías y con abundante documentación, consigue dar una visión muy completa (284 páginas) de la realidad del país.

El encanto de Europa (1981)

Como sugiere su subtítulo Viajes y Meditaciones, este libro no es sólo un recuento de experiencias en varios países del antiguo continente sino que presenta un complemento ensayístico sobre la realidad europea en aquel momento. En estas reflexiones el autor ¬que se manifiesta como un europeísta convencido y entusiasta¬ expresa sus temores porque ese tesoro de la historia y de la cultura pueda estar en peligro. Su introducción está clara y excesivamente influida por el entonces actual ensayo prospectivo de Jean-Jacques Servan-Schreiber cuyas tesis pesimistas avanzan que otras civilizaciones pudieran hacer peligrar la supremacía europea. Desde esa óptica, Díaz-Plaja analiza, en tono casi elegiaco, la compleja realidad geopolítica de Europa ¬como unidad, como diversidad, con sus límites, sus fronteras o la ausencia de éstas¬ vistos a la vez como valores y como contradicciones a la hora de realizar un proyecto de cooperación supranacional. Pero, más adelante exalta las coordenadas históricas, culturales y artísticas que han servido para gestar el movimiento de unidad en aquel momento así como alaba la diversidad idiomática, de culturas e idiosincrasias como un patrimonio de riqueza para una Europa unida. En los bellos capítulos dedicados a varios países el autor, al hilo de sus visitas, presenta evocaciones de su historia, de su arte, de su cultura, del carácter de sus ciudades que ponen de manifiesto su homenaje a España, su admiración por Francia, su respeto por Gran Bretaña, su consideración por Alemania, su fascinación por Austria y su adoración por Italia.

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